viernes, 18 de abril de 2014

Mi soledad enterita...por Mir Rodríguez Corderí

Resultado de la suma de mis decepciones
Surgió una soledad tan enterita
Que se creía única.

Se paseaba muy  oronda
Por los pasillos derruidos
De las conciencias
Como si no conociera la ingravidez,
La  necedad,
Ni la teoría de las cuerdas.

En todo caso
No respondía al saludo
De las demás soledades,
Simplemente porque no  las conocía.
Ni siquiera se sentía similar
O parte
De las mismas.
 
Tan enterita se sentía
Que llegó a imaginarse única,
Sin parangón,
Sin pares existentes
En todo el multiverso.

Pero ella sólo conocía
El universo de mis desilusiones
Y eso, precisamente…
Eso la confundía.

He dado a luz una soledad
Que se sienta a conversar conmigo
De cuestiones abstractas
De paradigmas
De temas inconclusos.

Pobre mi soledad, tan enterita ella.
No sabe que hay otras tantas
Minisoledades
Tan parecidas
Tan igualitas
Que la tornan olvidable.

jueves, 17 de abril de 2014

La Tristeza, por Mir Rodríguez Corderí










La tristeza.
Esa mano de gelatina que se estira
Hasta tocarte la dermis del alma.
Elástica.
Polímero incipiente que no respeta
Ni límites ni lugares vedados.

La tristeza.
Esa bufanda de  arpillera
Que se va enroscando
En tu cuello
Hasta asfixiar  la laringe, la faringe
Y eructar llantos interminables.

lunes, 7 de abril de 2014

No debí pedir algo así







Quizás no debí pedir algo así.
 Porque hay cosas que no deben pedirse,
Que tienen que ser libres.
Y dejarse venir, si procede,
garabateando cordones de veredas
o dejándose llevar por la corriente
de un charco,
un arroyo cristalino
o un océano.
Da lo mismo.
Ya sabes:
las incógnitas de los espacios.
Ésos que no saben casi nunca
qué hacer con nosotros.
Dónde ubicarnos.
Si después del signo de interrogación
O del punto aparte.
Y mientras tanto,
Yo aquí, en esta brecha de tiempo,
En este almácigo improvisado
Donde tus semillas y las mías
Germinan libremente.
Sin incomodarse.
Sin condicionarse.

Lo dicho: quizás no debí pedir
Y mucho menos algo así.
Porque las lianas 
vinieron a atar mis manos
a tu carro triunfal
y mis piernas
a tus pisadas heterodoxas,
y yo no sirvo para improvisar tanto.
Simplemente, no tengo pasta de dependiente
ni de esclava voluntaria
ni de mujer sumisa y solícita
pidiendo que le bajen la luna
o le aseguren el pan de cada día.
Soy rebelde
y muy mía
y fuerte
y no sé suplicar 
ni sentarme a esperar que venga la cuchara a mi boca
o la copa sin veneno 
que acaba de probar el fiel criado,
o el obsequio de un verso
que debe nacer libre
bajo mis contornos de musa improvisada.
No te preocupes:
Dejaré correr las aguas subterráneas
y las de la cima de esas cúspides nevadas
hasta que laven los vestigios
todos ellos
y podamos mirarnos sin asombro
largamente
como antes de pedir
lo que no debí pedir.

Mir Rodríguez Corderí